27 de abril de 2009

SABIAS...


LOS CENTROS DE LA CONSCIENCIA


Experimentar el método del silencio de la mente, llegaremos a hacer numerosos descubrimientos que poco a poco nos pondrán sobre la pista. Primero veremos decantarse lentamente la confusión general en que vivimos, y cada vez con mayor claridad se distinguirán diversos pisos en nuestro ser, como si estuviésemos formados por cierto número de fragmentos, con personalidad propia cada uno de ellos y con un centro bien distinto también y, cosa más notoria aún, con vida independiente además. Esta polifonía, si así puede decirse, porque se trata más bien de una cacofonía, se halla en nosotros disfrazada por la voz de la mente, que todo lo recubre y de todo se apodera. No hay un solo movimiento de nuestro ser, en cualquier nivel en que se halle; no hay un solo sentimiento, tina aspiración, un parpadeo, que no sea inmediatamente atrapado por la mente y recubierto por una capa pensante; es decir, que todo lo mentalizamos. Esa es la gran utilidad que tiene la mente en nuestra evolución: nos ayuda a sacar a nuestra superficie consciente todos los movimientos de nuestro ser, que de otro modo quedarían en estado de magma informe, subconsciente o supraconsciente. Nos ayuda igualmente a establecer una apariencia de orden en toda esta anarquía y, bien que mal, coordina bajo su soberanía todos esos pequeños feudos. Pero al mismo tiempo pone un velo sobre la voz y el verdadero funcionamiento de cada uno de ellos, pues de la soberanía a la tiranía no hay sino un paso. Los mecanismos supramentales se ven enteramente obstruidos o lo poco que de las voces supraconscientes consigue filtrarse, es falseado, diluido, obscurecido en seguida; los mecanismos subconscientes se atrofian y perdemos varios sentidos espontáneos que fueron muy útiles en un estado anterior de nuestra evolución y que aún podrían serlo; otras minorías se rebelan y otras acumulan sordamente sus pequeños poderes en espera de la primera ocasión para saltarnos al rostro. Pero el aspirante que ha reducido su mente al silencio, comenzará a distinguir todos estos estados en su realidad desnuda, sin su revestimiento mental, y sentirá en diversos niveles de su ser una especie de puntos de concentración, como nudos de fuerza, cada uno de ellos dotado de una cualidad vibratoria particular o de una frecuencia especial; mas todos hemos tenido, al menos una vez en la vida, la experiencia de vibraciones diversas que parecen irradiar de diferentes alturas de nuestro ser; la experiencia de una gran vibración reveladora, por ejemplo, cuando un velo parece rasgarse de repente y entregarnos todo un lienzo de verdad, sin palabras, sin que uno sepa con exactitud en qué consiste la revelación; sencillamente, se trata de algo que vibra y que, de modo inexplicable, hace al mundo más amplio, más leve, más claro; o bien, hemos pasado por la experiencia de, vibraciones más densas: vibraciones de cólera o de miedo, vibraciones de deseos, vibraciones de simpatía, y bien sabemos que todo esto palpita en niveles diferentes, con intensidades diferentes. Así pues, existe en nosotros toda una gama de nódulos vibratorios o de centros de consciencia, cada uno de ellos especializado en un tipo de vibración, que nosotros podemos distinguir y aprehender directamente, según el grado de nuestro silencio y la agudeza de nuestras percepciones. Y la mente es sólo uno de esos centros, un tipo de vibración, solamente una de las formas de consciencia, aunque quiera ella arrogarse el primer puesto. No nos detendremos a hacer la descripción de esos centros tal como de ellos nos habla la tradición -más vale verlos uno mismo que hablar de ellos ni nos referiremos a su localización; el aspirante los sentirá sin dificultad en sí mismo cuando ya se halle un poco despejado. Digamos simplemente que tales centros (llamados chakras en la India) no se sitúan en nuestro cuerpo físico, sino en otra dimensión, aunque en ciertos momentos pueda su concentración ser tan intensa que se llegue a tener la aguda impresión de una localización física. Algunos de ellos -no todos corresponden, en efecto, de modo muy aproximado, a los diferentes plexos que conocemos. Grosso modo pueden distinguirse siete centros repartidos en cuatro zonas, a saber: 1) El Supraconsciente, con un centro situado un tanto arriba del ápice de la cabeza,* que gobierna nuestra mente pensante y nos pone en comunicación con regiones mentales más altas: iluminadas, intuitivas, supermentales, etc. 2) La Mente, con dos centros; uno situado en el entrecejo, que gobierna la voluntad y el dinamismo de todas nuestras actividades mentales cuando queremos actuar por medio del pensamiento; es éste, también, el centro de la visión sutil o el "tercer ojo" de que hablan algunas tradiciones; el otro, que se halla a la altura de la garganta, gobierna todas las formas de expresión mental. 3) El Vital, con tres centros: uno, a la altura del corazón que gobierna nuestro ser emotivo (odio, amor, etc.); el segundo se encuentra a la altura del ombligo y gobierna nuestros movimientos de dominio, de posesión, de conquista, nuestras ambiciones, etc., y un tercero -el vital inferior- situado entre el ombligo y las partes pudendas, a la altura del plexo mesentérico, que dirige las vibraciones más bajas: celos, envidia, deseo, codicia, cólera. 4) El Físico y el Subconsciente, con un centro en la base de la columna vertebral, que rige nuestro ser físico y el sexo; este centro nos conduce también, más abajo, a las regiones subconscientes. Generalmente estos centros se hallan adormecidos o cerrados al hombre "normal", o no dejan pasar sino la pequeña porción de corriente necesaria a nuestra frágil existencia; se encuentran emparedados en sí mismos y no se comunican sino indirectamente con el mundo exterior, en un círculo muy limitado; en realidad, cada uno de ellos no mira a los otros ni a las cosas, se ve a sí mismo en los otros, a sí mismo en las cosas y por dondequiera; ninguno de ellos sale de allí. Estos centros se abren con el yoga, y pueden abrirse de dos maneras, a saber: de abajo arriba o de arriba abajo, según se practiquen los métodos yóguicos y espirituales transmitidos por la tradición, o el yoga de Sri Aurobindo. A tuerza de concentración y de ejercicios, se puede llegar un día -ya lo hemos dicho- a sentir una Fuerza ascendente que se despierta en la base de la columna vertebral y sube de nivel en nivel hasta el ápice del cráneo con un movimiento onduloso, igual que una serpiente; en cada nivel esta Fuerza traspasa (de modo muy violento) el centro correspondiente, el cual se abre y nos abre al mismo tiempo a todas las vibraciones o energías universales que corresponden a la frecuencia de cada centro en particular. Con el yoga de Sri Aurobindo, la Fuerza descendente abre muy lenta, muy dulcemente, estos mismos centros, de arriba abajo. A menudo los centros de abajo no se abren de todo punto sino mucho tiempo después. Este procedimiento tiene sus ventajas, si se comprende que cada centro corresponde a un modo de consciencia o de energía universal; si del primer golpe abrimos los centros de abajo -vitales y subconscientes-, corremos el peligro de ser inundados, no ya por nuestros pequeños asuntos personales, sino por torrentes universales de lodo; quedamos automáticamente cogidos en la Confusión y en el Lodo del mundo. A esto se debe, por otra parte, que los yogas tradicionales exijan absolutamente la presencia de * Este centro, llamado "loto de los mil pétalos" para simbolizar así la riqueza luminosa que se percibe cuando se abre, se halla situado, conforme a la tradición de la India, en la parte superior del cráneo. Según Sri Aurobindo y la experiencia de otros yoguis, lo que se percibe en el vértice de la cabeza no es el centro mismo, sino el reflejo luminoso de una fuente solar que se encuentra encima de la cabeza. de un Maestro protector. Con la Fuerza descendente se evita este escollo y no afrontamos los centros inferiores sino después de haber establecido sólidamente nuestro ser en la luz superior, supraconsciente. De allí, una vez en posesión de sus centros, el aspirante comienza a conocer a los seres, a las cosas, al mundo y a sí mismo en su respectiva realidad, tal como son, porque ya no son signos exteriores lo que capta, ni más palabras dudosas, ni gestos, ni toda esa mímica de emparedado, ni la cerrada faz de las cosas, sino la vibración pura que se halla en cada grado, en cada cosa, en cada ser, y que nada puede disfrazar. Pero nuestro primer descubrimiento lo somos nosotros mismos. Si seguimos un proceso análogo al que hemos descrito en cuanto concierne al silencio mental y si permanecemos perfectamente transparentes, advertimos que no sólo las vibraciones mentales provienen del exterior antes de entrar a nuestros centros, sino que todo procede de afuera: vibraciones de deseo, vibraciones de alegría, vibraciones volitivas, etc... y que nuestro ser es como un aparato receptor, de arriba abajo: "En realidad, no pensamos, no tenemos deseos, no actuamos; el pensamiento llega a nosotros, la voluntad llega a nosotros, a nosotros llegan el impulso y la acción" 3 Si decimos "pienso, luego soy"; o "siento, luego soy" o "veo luego soy", nos parecemos un poco al niño que se imagina que el locutor o la orquesta se encuentran ocultos dentro del fonógrafo y que la radio es un órgano pensante. Porque todos esos yos no son nuestro ser, no son propiedad nuestra; su música es universal.

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